El Miedo del Rico Es Que Todos Seamos Ricos.
May 14, 2006Sabemos que nos fue dicho que los pobres siempre los tendríamos con nosotros. Talvez… por aquello de motivar corazones compasivos y para que la palabra ”Dádiva'”, en vez de sustantivo, fuese conjugada como verbo generoso o piedad intransitiva.
Sabemos que ser pobre no es lo mismo que hacerse pobre. Con la pobreza se nace, y es otro modo de diferenciarnos los unos con los otros. Para que el rico sea rico, (ese a quienes ciertos sociólogos hoy desfasados, denominaban: ‘pequeño, mediano o gran burgués’…) y para que sus sofisticadas preferencias sean exclusivas o privilegiadas: El otro no debe incluirse. Al otro, la mayoría incluida, debe vedársele, lo que unos pocos deseen reservar para su disfrute.
Si no hubiese pobres, no habría ricos. Si no hubiese ricos, todos seriamos pobres o todos fuesemos ricos. El miedo del rico es que todos seamos ricos, y no existieran los pobres, lo cual no tendria chiste. El prójimo es su enemigo, porque este puede convertirse en el potencial usurpador de su riqueza.
Mi padre siempre decia que “Ni es lo mismo ni es igual que el fin justifique los medios, o que los medios justifiquen el fin.” .
Ya imagino a mi abuelita en su casita modesta del barrio San Martín de Porres, mientras lavaba la ropa a mano en un lebrillo de agüitas turbias, cantando aquel bolero mexicano de Adolfo Salas: “Pobre del pobre…que vive soñando un cielo/ pobre del pobre…que llora sin un consuelo…” o cuando entonaba un merenguito de autor anónimo cuyo estribillo era: “Los ricos también lloran, pero lágrimas de cocodrilo/ los ricos también lloran, lo que aún no han conseguido”.
Todo esto me hace rememorar tambien, un poemita de Benedetti que escribió mi profesor de sociologia al dedicarme un libro suyo
Desganas
Mario Benedetti
Si cuarenta mil niños sucumben diaramente
en el purgatorio del hambre y de la sed
si la tortura de los pobres cuerpos
envilece una a una a las almas
y si el poder se ufana de sus cuarentenas
o si los pobres de solemnidad
son cada vez menos solemnes y más pobres
ya es bastante grave
que un solo hombre
o una sola mujer
contemplen distraídos el horizonte neutro
pero en cambio es atroz
sencillamente atroz
si es la humanidad la que se encoge de hombros.
sencillamente atroz
si es la humanidad la que se encoge de hombros.
Joe
Hoy como ayer, vive el rico en su riqueza y el pobre en su pobreza,
cada quien es cada cual y nada cambia.
Un beso, para ti, cariño.
Nina.
(Recibiste mi email?)
by Ninoska Mermoud May 15, 2006 at 2:58 amJoe
Hoy como ayer, vive el rico en su riqueza y el pobre en su pobreza,
cada quien es cada cual y nada cambia.
Un beso, para ti, cariño.
Nina.
(Recibiste mi email?)
by Ninoska Mermoud May 15, 2006 at 2:58 amLamentablemente la inteligentzia latinoamericana se mantiene silenciada ante el abuso y el atropello de los poderosos y su ataque despiadado contra todo quien no se arrodille a sus pies.
Donde estan los pensadores del mundo ante esta nueva humillacion de Irak?
by lamaga May 15, 2006 at 3:01 amLamentablemente la inteligentzia latinoamericana se mantiene silenciada ante el abuso y el atropello de los poderosos y su ataque despiadado contra todo quien no se arrodille a sus pies.
Donde estan los pensadores del mundo ante esta nueva humillacion de Irak?
by lamaga May 15, 2006 at 3:01 amEl Miedo enquistado en la Intelectualidad Argentina
por Eduardo R. Saguier
Investigador del CONICET
http://www.er-saguier.org
¿A que hondas razones culturales, políticas, sociológicas y psicológicas
obedece el miedo enquistado en la opinión pública intelectual argentina?,
¿a qué obedece la autocensura, conformidad o resistencia a opinar
críticamente sobre cuestiones que hacen a la democratización de la ciencia,
el arte y la cultura?, ¿por qué motivos numerosos y consagrados
intelectuales vienen callando la dominación autoritaria y facciosa que
prevalece en las estructuras de los organismos de cultura argentinos?, ¿por
qué motivo el Instituto Gino Germani (IGG) no encaró este drama, y por el
contrario en la investigación de Naishtat y Toer (2005), las preguntas
formuladas en las encuestas practicadas –a los miembros de los Consejos
Directivos de la UBA– se redujeron a problemáticas de muy relativa
relevancia (la representatividad formal)?
Difícil es contestar estos interrogantes y aproximar un diagnóstico y una
evaluación del trauma sufrido, dada la escasez de pruebas, testigos e
investigaciones a las que se pueda recurrir (la mayor parte de los
expedientes de estos casos no están al alcance de una investigación pues
son confidenciales). Incluso, internacionalmente, los trabajos al respecto
–aparte de los clásicos como los de Gouldner (1980) y Collins (1979)– se
focalizan exclusivamente en la clase profesional (Martin, 1991; y Schmidt,
2000). Sin embargo, pese a esta exigüidad, es nuestra obligación intentar
ensayar una respuesta que indague en la desidia de la ciencia y la cultura
argentina y en la negligente omisión de sus actores, que arroje algo de luz
en la crisis que padecemos.
Tradicionalmente, la ciencia política ha probado que el miedo es un
ingrediente propio de los regímenes fascistas y dictatoriales, donde la
principal víctima es el intelectual independiente; y que por el contrario,
en los regímenes democráticos, dicho miedo se va extinguiendo a medida que
las libertades democráticas se consolidan. No obstante, la actualidad
presente en los medios culturales argentinos permite verificar una realidad
de signo adverso, pues aunque las instituciones democráticas se han
restaurado y el modelo neoliberal fue derrotado, el miedo al poder persiste
entre los intelectuales, artistas y científicos, de las ciencias duras y
blandas, jóvenes y viejos, y a una escala e intensidad cada vez más
crecientes.
Una explicación de estas dolorosas supervivencias sería que frente al
inconcluso intento de restauración democrática y la parcial derrota
experimentada por el neoliberalismo, al no haberse erradicado de cuajo
dicha doble herencia -que quedó plasmada en actores cómplices de esas
épocas y en prácticas, legislaciones, regulaciones y reglamentaciones
antidemocráticas aún vigentes– no se habría podido afianzar la
participación y la confianza mutua de la comunidad intelectual. Una
democracia inconclusa sería aquella que preserva escrupulosamente las
formalidades y el protocolo, pero donde la transparencia y la sustancia
deliberativa, meritocrática, competitiva y exogámica del ejercicio
democrático está críticamente ausente, por la falta de voluntad política
para oxigenar las instituciones culturales, las que se perpetúan sin
autocrítica, y en condiciones herméticas, desjerarquizadas y fragmentadas.
Su nocivo ejemplo se derrama a los niveles laterales correspondientes a las
profesiones liberales, y a las escalas inferiores de las instituciones
educativas, no bastando por ello con modificar sólo la Ley de Educación
Superior, sino producir una democratización profunda de todas las
instituciones de la cultura, incluidas las referidas a los medios de
comunicación masiva.
Es decir, una comunidad donde los intelectuales no son físicamente
perseguidos por sus opiniones, y donde no existe censura, cárcel ni
patíbulo por el “pecado” de disentir; pero donde sin embargo el miedo a
“descolocarse” o desubicarse con quienes detentan el poder –peligrando el
puesto de trabajo o malogrando privilegios económicos, como incentivos,
becas, subsidios y subvenciones– está culturalmente enquistado y
psicológicamente internalizado. En otras palabras, una comunidad donde rige
una violencia simbólica ilegítima, tácita y/o latente, que está destinada
ex profeso a domesticar y disciplinar las mentes, las conciencias y las
vocaciones, subordinando a los intelectuales al status de cortesanos del
poder, impone un silencio a dos puntas; que amedrenta a los jóvenes con
bloquearles sus pretensiones de ascenso académico, y a la vieja guardia
intelectual que persista en su independencia con sabotearles una jubilación
digna. Este enquistamiento e internalización no les permitiría ensayar la
voluntad de discrepar, ni proponer cambios, ni denunciar anomalías o
corrupciones, ni prestar solidaridad alguna para con los que a juzgar por
su independencia de criterio son segregados, anatematizados y/o moralmente
acosados. Aunque les muerda el dolor del vacío, la indefensión y la pérdida
de su autoestima, estos últimos se encontrarían ante la patética situación
en la que “nunca podrían esperar una mano, una ayuda ni un favor”.
Este inhumano y desolador cuadro, que se ceba en aquellos a quienes el
sistema estigmatiza como chivos expiatorios, y que por el contrario premia
y asciende a sus aduladores, esbirros y sicarios, intimida a la comunidad
intelectual, la expulsa a una deserción y un ostracismo que aumenta la
brecha con los países centrales, o la incita a refugiarse en patologías o
pautas de conducta violatorias de los códigos académicos. Entre esas pautas
rige la intriga, el chisme, el secretismo, la extorsión, el chantaje, la
venganza, la traición, y el buscar seguridad y protección en trenzas,
roscas y camarillas, que le permitan compartir los eventuales botines de
guerra, y lo parapeten cual si fueran casamatas o búnquers, contra la
indiferencia, la discriminación, la postergación y la represalia. Toda la
libido intelectual estaría focalizada en “hacerse amigo del juez”, en
reforzar y consolidar identidades de tipo clánico, y en concertar vínculos
insanos como el compadrazgo y la coalición en sectas o logias, con las que
poder disputar con éxito las diferentes instancias de poder académico,
científico y cultural (elecciones de claustro, integración de comisiones y
comités editoriales, constitución de jurados y referatos, organización de
congresos y simposios, etc.).
En ese enmudecimiento cómplice y en esas relaciones de poder cortesanas,
genuflexas, ventajeras y oportunistas, y no en los méritos intelectuales
propios, ni en las rupturas epistemológicas o metodológicas alcanzadas en
sus investigaciones, ponencias y exposiciones, ni en las innovaciones
tecnológicas con que exhiba su producción, estaría cifrada toda la
esperanza de inmunidad, reconocimiento, cooptación y promoción académica.
Esta búsqueda perversa de un nicho ilegítimo lo induciría a su vez a
incurrir en diversos mecanismos ficticios y cínicos (fatuidad, imitación,
simulación, adulteración, plagio, etc.), y en una constante propensión a
rehuir la polémica o el debate franco, donde la originalidad, la
creatividad y la fractura con lo establecido estarían obstinadamente
ausentes.
Bibliografía
Collins, Randall (1979). The Credential Society: An Historical Sociology of
Education and Stratification. New York: Academic Press.
Gouldner, Alvin W. (1980): El futuro de los intelectuales y el ascenso de
la nueva clase. Madrid: Alianza;
Martin, Brian (1991): Knowledge and Power in Academia, Neucleus (Armidale
Students’ Association), Vol. 44, No. 4, 15 August 1991, p. 10 (abridged);
Farrago (University of Melbourne), Vol. 70, No. 8, pp. 32-33; Rabelais (La
Trobe University Student’s Representative Council), Vol. 25, No. 7, August
1991, pp. 12-13, 33.
en: http://www.uow.edu.au/arts/sts/bmartin/pubs/91kpa.html
Naishtat, Francisco y Mario Toer, ed. (2005): Democracia y Representación
en la Universidad. El caso de la Universidad de Buenos Aires desde la
visión de sus protagonistas (Buenos Aires: Editorial Biblos);
Schmidt, Jeff (2000). Disciplined Minds: A Critical Look at Salaried
by saguiere June 24, 2006 at 2:26 pmProfessionals and the Soul-Battering System that Shapes their Lives.
Lanham, MD: Rowman & Littlefield.
http://www.creativeresistance.ca/action/2002-feb01-disciplined-minds-review-
mike-ryan-z-magazine.htm
El Miedo enquistado en la Intelectualidad Argentina
por Eduardo R. Saguier
Investigador del CONICET
http://www.er-saguier.org
¿A que hondas razones culturales, políticas, sociológicas y psicológicas
obedece el miedo enquistado en la opinión pública intelectual argentina?,
¿a qué obedece la autocensura, conformidad o resistencia a opinar
críticamente sobre cuestiones que hacen a la democratización de la ciencia,
el arte y la cultura?, ¿por qué motivos numerosos y consagrados
intelectuales vienen callando la dominación autoritaria y facciosa que
prevalece en las estructuras de los organismos de cultura argentinos?, ¿por
qué motivo el Instituto Gino Germani (IGG) no encaró este drama, y por el
contrario en la investigación de Naishtat y Toer (2005), las preguntas
formuladas en las encuestas practicadas –a los miembros de los Consejos
Directivos de la UBA– se redujeron a problemáticas de muy relativa
relevancia (la representatividad formal)?
Difícil es contestar estos interrogantes y aproximar un diagnóstico y una
evaluación del trauma sufrido, dada la escasez de pruebas, testigos e
investigaciones a las que se pueda recurrir (la mayor parte de los
expedientes de estos casos no están al alcance de una investigación pues
son confidenciales). Incluso, internacionalmente, los trabajos al respecto
–aparte de los clásicos como los de Gouldner (1980) y Collins (1979)– se
focalizan exclusivamente en la clase profesional (Martin, 1991; y Schmidt,
2000). Sin embargo, pese a esta exigüidad, es nuestra obligación intentar
ensayar una respuesta que indague en la desidia de la ciencia y la cultura
argentina y en la negligente omisión de sus actores, que arroje algo de luz
en la crisis que padecemos.
Tradicionalmente, la ciencia política ha probado que el miedo es un
ingrediente propio de los regímenes fascistas y dictatoriales, donde la
principal víctima es el intelectual independiente; y que por el contrario,
en los regímenes democráticos, dicho miedo se va extinguiendo a medida que
las libertades democráticas se consolidan. No obstante, la actualidad
presente en los medios culturales argentinos permite verificar una realidad
de signo adverso, pues aunque las instituciones democráticas se han
restaurado y el modelo neoliberal fue derrotado, el miedo al poder persiste
entre los intelectuales, artistas y científicos, de las ciencias duras y
blandas, jóvenes y viejos, y a una escala e intensidad cada vez más
crecientes.
Una explicación de estas dolorosas supervivencias sería que frente al
inconcluso intento de restauración democrática y la parcial derrota
experimentada por el neoliberalismo, al no haberse erradicado de cuajo
dicha doble herencia -que quedó plasmada en actores cómplices de esas
épocas y en prácticas, legislaciones, regulaciones y reglamentaciones
antidemocráticas aún vigentes– no se habría podido afianzar la
participación y la confianza mutua de la comunidad intelectual. Una
democracia inconclusa sería aquella que preserva escrupulosamente las
formalidades y el protocolo, pero donde la transparencia y la sustancia
deliberativa, meritocrática, competitiva y exogámica del ejercicio
democrático está críticamente ausente, por la falta de voluntad política
para oxigenar las instituciones culturales, las que se perpetúan sin
autocrítica, y en condiciones herméticas, desjerarquizadas y fragmentadas.
Su nocivo ejemplo se derrama a los niveles laterales correspondientes a las
profesiones liberales, y a las escalas inferiores de las instituciones
educativas, no bastando por ello con modificar sólo la Ley de Educación
Superior, sino producir una democratización profunda de todas las
instituciones de la cultura, incluidas las referidas a los medios de
comunicación masiva.
Es decir, una comunidad donde los intelectuales no son físicamente
perseguidos por sus opiniones, y donde no existe censura, cárcel ni
patíbulo por el “pecado” de disentir; pero donde sin embargo el miedo a
“descolocarse” o desubicarse con quienes detentan el poder –peligrando el
puesto de trabajo o malogrando privilegios económicos, como incentivos,
becas, subsidios y subvenciones– está culturalmente enquistado y
psicológicamente internalizado. En otras palabras, una comunidad donde rige
una violencia simbólica ilegítima, tácita y/o latente, que está destinada
ex profeso a domesticar y disciplinar las mentes, las conciencias y las
vocaciones, subordinando a los intelectuales al status de cortesanos del
poder, impone un silencio a dos puntas; que amedrenta a los jóvenes con
bloquearles sus pretensiones de ascenso académico, y a la vieja guardia
intelectual que persista en su independencia con sabotearles una jubilación
digna. Este enquistamiento e internalización no les permitiría ensayar la
voluntad de discrepar, ni proponer cambios, ni denunciar anomalías o
corrupciones, ni prestar solidaridad alguna para con los que a juzgar por
su independencia de criterio son segregados, anatematizados y/o moralmente
acosados. Aunque les muerda el dolor del vacío, la indefensión y la pérdida
de su autoestima, estos últimos se encontrarían ante la patética situación
en la que “nunca podrían esperar una mano, una ayuda ni un favor”.
Este inhumano y desolador cuadro, que se ceba en aquellos a quienes el
sistema estigmatiza como chivos expiatorios, y que por el contrario premia
y asciende a sus aduladores, esbirros y sicarios, intimida a la comunidad
intelectual, la expulsa a una deserción y un ostracismo que aumenta la
brecha con los países centrales, o la incita a refugiarse en patologías o
pautas de conducta violatorias de los códigos académicos. Entre esas pautas
rige la intriga, el chisme, el secretismo, la extorsión, el chantaje, la
venganza, la traición, y el buscar seguridad y protección en trenzas,
roscas y camarillas, que le permitan compartir los eventuales botines de
guerra, y lo parapeten cual si fueran casamatas o búnquers, contra la
indiferencia, la discriminación, la postergación y la represalia. Toda la
libido intelectual estaría focalizada en “hacerse amigo del juez”, en
reforzar y consolidar identidades de tipo clánico, y en concertar vínculos
insanos como el compadrazgo y la coalición en sectas o logias, con las que
poder disputar con éxito las diferentes instancias de poder académico,
científico y cultural (elecciones de claustro, integración de comisiones y
comités editoriales, constitución de jurados y referatos, organización de
congresos y simposios, etc.).
En ese enmudecimiento cómplice y en esas relaciones de poder cortesanas,
genuflexas, ventajeras y oportunistas, y no en los méritos intelectuales
propios, ni en las rupturas epistemológicas o metodológicas alcanzadas en
sus investigaciones, ponencias y exposiciones, ni en las innovaciones
tecnológicas con que exhiba su producción, estaría cifrada toda la
esperanza de inmunidad, reconocimiento, cooptación y promoción académica.
Esta búsqueda perversa de un nicho ilegítimo lo induciría a su vez a
incurrir en diversos mecanismos ficticios y cínicos (fatuidad, imitación,
simulación, adulteración, plagio, etc.), y en una constante propensión a
rehuir la polémica o el debate franco, donde la originalidad, la
creatividad y la fractura con lo establecido estarían obstinadamente
ausentes.
Bibliografía
Collins, Randall (1979). The Credential Society: An Historical Sociology of
Education and Stratification. New York: Academic Press.
Gouldner, Alvin W. (1980): El futuro de los intelectuales y el ascenso de
la nueva clase. Madrid: Alianza;
Martin, Brian (1991): Knowledge and Power in Academia, Neucleus (Armidale
Students’ Association), Vol. 44, No. 4, 15 August 1991, p. 10 (abridged);
Farrago (University of Melbourne), Vol. 70, No. 8, pp. 32-33; Rabelais (La
Trobe University Student’s Representative Council), Vol. 25, No. 7, August
1991, pp. 12-13, 33.
en: http://www.uow.edu.au/arts/sts/bmartin/pubs/91kpa.html
Naishtat, Francisco y Mario Toer, ed. (2005): Democracia y Representación
en la Universidad. El caso de la Universidad de Buenos Aires desde la
visión de sus protagonistas (Buenos Aires: Editorial Biblos);
Schmidt, Jeff (2000). Disciplined Minds: A Critical Look at Salaried
by saguiere June 24, 2006 at 2:26 pmProfessionals and the Soul-Battering System that Shapes their Lives.
Lanham, MD: Rowman & Littlefield.
http://www.creativeresistance.ca/action/2002-feb01-disciplined-minds-review-
mike-ryan-z-magazine.htm